Perfume de historia vivida

Aún en mi memoria de la dulce adolescencia por la época cercana a los 15 años, visualizaba las situaciones en las que podría tal vez encontrar un lugar en el que pudiera mi vida proyectarse de forma más sobrecogedora. Con picardía atesoraba esas imágenes, ya que era una manera vaporosa de sentirme libre. La mayoría de las veces en ese espacio enmarañado de ideas se edificaban sueños de independencia, solidez y sonrisas. Nunca en esta época tuve la oportunidad de disfrutar de las amigas porque no las tuve, y mucho menos de compartir a alguien mis más sentidos temores y las alegrías que se enfrascan humildemente en un pedacito tenue de mi cabeza.

Retrocediendo con lentitud hacia la salida del primer septenio en edad, repaso mi mirada hundiéndome en la inmensidad de mis ojos claros, y es imposible no admirar de ella la alegría intensa que hace desaparecer cualquier otro sentimiento y de dónde parecen mezclarse felizmente la vivacidad y la nostalgia. A esa mirada arrobada, la dominaban colores almendrados. La mirada de una niña rubia, vacilante, que aventura sus pasos curiosos a un ruedo sobre el vacío. Pasos angelicales, sencillos y de cabal inspiración para los que se preparan para la vida. Tras esta bella remembranza, mis pensamientos se han detenido y se ha hecho un silencio entre dos imágenes: la niña y la mujer. El silencio como otra forma de transmitir y a través de la cual no se puede declarar más.

Es ahora y únicamente en este incalculable silencio que veo el lugar en dónde me encuentro en el ayer. Una burbuja como el cielo que se alarga hacia el infinito convirtiéndose en segundos en un pórtico al cual llegaban rayos de sol penetrantes y muy radiantes. Este es el dibujo decorado y pincelado que traduce mi alma al instante actual. La apacible claridad del pórtico blanco y que emerge de allí la silueta de una chiquilla, la mía; aquella silueta galopando con movimientos burdos, pero encantadores que se creaban al través de la diversión con juegos de los cuales eran absolutamente simples, pero de un valor inigualable para mí. Llanta de un auto desechada y que atada a un lazo y colgada sobre un árbol, era mi único columpio. El juego de aro con un palo de madera: mis dos compañeros fieles para correr en la calle como loca. Los Juego de canicas, de monitas y el tan tradicional juego de «yermis»1. Que enorme bienestar siento en mi latir al plasmarlo. El escenario en que se desarrollaban contenía la sencillez de lo natural y atesoraba elementos mágicos para una nena como yo. La fragancia de la hierba cortada en la cual podíamos flotar en su olor y mi cuerpo limpio rozar cerquita a su textura. El aroma de la tierra húmeda y la brisa pura que golpeaba mi rostro con la fuerza apasionada de la libertad.

Mis juegos pertenecían a la categoría de la humildad en su máxima expresión. Perfilaban la dicha de cada momento. Es curioso, ahora mismo lo siento así. Es como si algo, no sé, me empujara a volver allí. Es a la vez una atracción increíble que me obliga a vivir el instante. Traigo una risa cálida y discreta. Parecía contenta. ¡Lo era! Pero hay ciertas cosas inexplicables que han despabilado en el fondo de mí: vagos recuerdos que incluso ignoraba que pudieran ya existir. Justo son esos recuerdos que me fuerzan y me llevan de nuevo a la escena, y presiento que mi voluntad ahora no tiene mucho que hacer ante ello, pues hay partes de mí ser que se dejan llevar por el sonido cauteloso del corazón.

Un día de aquellos con perfume de infancia y sin aparente alteración circularon por mis manos más que juguetes y libros. Circularon objetos de consistencia dura y compacta, y cuando me refiero a duro y compacto no es precisamente una hermosa y natural sustancia mineral como lo es la piedra. No, me refiero a ese órgano que por momentos muy particulares y especiales se altera bajo un suave y sutil roce en movimiento, y que al afinar se torna firme. El suceso me sorprendió. Era difícil entender que sucedía, era muy chiquita e inocente. Ahora a mi memoria llegan instantes de confusión mental y asombro. Preguntaba sin respuesta: si lo que sostenía sobre mi mano derecha era también parte de un juego de niños que yo no conocía aún y que los chicos sí, y que por obvias razones debía yo aprender.

Luego al estar tendida sobre un lecho sencillo y de metal cubierto por una colcha blanca y adornada de algunos lindos peluches continuaban paso a paso toneladas de interrogantes a medida que transcurría un evento tras otro. Mi cerebro se sentía pesado y denso de tantos elementos en el “juego” sin comprender. La dulzura de mi inocencia era trastocada con el cruel y burdo toque. Personajes cercanos uno a uno sobre mi tierno e inmaculado cuerpo de niña trasgredían mi candidez a través de un movimiento seguido de otro. Labios sobre mi pecho recorriendo trozo a trozo mi piel como partículas de agua escurriendo naturalmente de arriba hacia abajo. Roces sencillos sobre mis partes con sus miembros y sus manos, para tal vez, no lo sé, lograr en mí alguna sensación distinta a la que ellos percibían. No era así, yo me perdía con mis sensaciones, mis dudas e interrogantes.

En torno a mí, parece como si la claridad del pórtico luminoso se hubiera hecho gris, más oscura, como si la alegría y la esperanza que ello engendra vivificarán de una modalidad distinta mi alma. A lo lejos lograba escuchar en desorden frases como: “su turno”. Todo aquello trenzaba más y más ideas confusas porque ello sólo confirmaba que Sí era un juego del cual yo era participe y que actuaba como la gran protagonista. No recuerdo tener temor alguno al momento, solo enredo de pensamientos y frustración al no lograr entender la dinámica de aquellos “personajes cercanos” que se me insinuaban. Ellos mayores que yo por supuesto. Con sonrisas de satisfacción por sus seguidas y continuas acciones sobre mí y en dirección a mí. Sus rostros sonreían de un claro y sólido placer. No puedo decir con exactitud si sentía miedo alguno. Sí recuerdo levemente un ardor y dolor muy fuerte que recorrían de manera prolongada por mi parte baja del cuerpo y con un inmenso escollo. El aire frío me cubre a pesar del peso de sus cuerpos sobre mí.

La dinámica y experiencia del juego eran interminable dónde jamás me divertía. Era más que molesta. Era grotesca. Los minutos marchaban pausadamente entre los sonidos ruidosos de sus respiraciones y los cantos de niños perdidos a lo lejos. Presencio el momento amplificando mis recuerdos y es complejo emitir una descripción clara de lo que percibía. No logro revivir ahora los olores de ambiente, ni detalles de los objetos en el espacio. Solo que despierto de un trance extraño para mis ojos y me encojo en posición fetal deseando abrigo. Sentí mi cuerpo agotado y como un tempano. Parecía que las fibras vitales me las hubieran arrancado.

Un espacio vacío lleno de sus rostros en pantallas frente a mí. La imagen de aquellos hombres allí. Nada más que un hecho en visión cinematográfica. Los dibujos de las escenas ya se pintaban y se translucían en la tela de las cortinas que recordarían por tiempos pendientes cada friso fresco, y quizá muy fogoso para ellos. En el centro estaría mi rostro tenso y caído.

¿Dónde estoy exactamente? esa pregunta se me escapa ahora involuntariamente de mi consciencia. No lo sé con precisión. Olvido mi cuerpo rápidamente e intento visualizar las imágenes del sitio en que me encuentro. Los rasgos del lugar son familiares para mí e impregnan mi pantalla interior. Árboles pequeños salidos al parecer de un espléndido cuadro impresionista y plantas con flores de distintas tonalidades, un corredor prolongado en cemento y muchas puertas de color café. No atino a más.

Todo se esfumaba para mí. Yo quedé en la nada. No tenía nada. No tenía humus de ningún tipo. Era horrendo. Mis figurillas de entusiasmo se pegaban a mis labios temerosos de salir al exterior, al aire indiferente de este mundo. No lograba acariciar de nuevo mi mundo. Cada verso que deseaba pronunciar se apretujaban en mi alma y en ellos rogaba amor, cuidado, envoltura, y ¡sobre todo! nada de contaminación vil en el trayecto siguiente. Sentía que mi cuerpo físico ya no era más que un grato servicio destinado a vestirme y a vendar un espíritu caído. Me tocaba las manos para observar en ellas la utilidad que podrían tener en el próximo capítulo de mi dichosa y maltrecha vida. Mis manos ya no servirían para tantear si quiera las formas de un pentagrama colorido con formas de alas.

Por intervalos absorbía la estrechez de las horas, los minutos y los segundos del cielo, del día y de la noche. Quería incendiar el pedazo de mundo que me sostenía. Recitar con el fuego ardiente su condición ruin, y gritarles a todos sus seres que él los arrojaba sin piedad por viciar la vida, por estropear, por manchar las puntas de las estrellas que la iluminan.

La soledad empezó a asomar a mi vida de una manera muy extraña y alejada de su verdadero significado. Ese fue mi primer sentir y reconocimiento sobre su acercamiento y su compañía no muy grata. Su expresión tocó mi orilla femenina. Mi mirada ya no marcaba la curiosidad de un ave llena de vida, mi mirada se tropezaba con las barras de una jaula, una mirada inquieta y también caótica. La mirada que se destacó siempre por su proyección aguda, por su independencia y rebeldía a pesar de vivir en un ambiente de familia humilde y de pocos recursos materiales y que apenas si se tranzaba para la comida. Una mirada franca que se iluminaba como el fulgor de una perla.

La timidez ya estaba enraizada y era un obstáculo profundo. Me abstraía y troquelaba alguna llave para abrir un agujero y perderme en la intimidad de mi desdicha, tratando tal vez, ocultarme de mí misma. A toda costa ocultaba el dolor de mi llanto para que no lacerara mi ser hasta convertirlo en hilo tirante que a la menor rozadura tocara sorpresas de repudio. Desde aquello se moldeaba afanosamente un arquetipo. ¡Arquetipo! qué pena sentía por dicho sistema de palabras, de ideas, de pensamientos, y de actos que llevan a una conducta regular envuelta en su propio paradigma, incluso para fundir nuestra propia ruta. Diseñaba una figura ante los demás fuerte, sin traumas y sin secuelas que resguardara el verdadero sentir en el camino, ¡qué torpeza!

En el intento por ocultarme trataba de sonreír por lo menos en la falsedad de mi alegría que ya era consciente. No podía con más que eso. Olvidaba a pasos descomunales reír. A mi dolor no lo podían tocar mis manos para agarrarlo como un objeto con fuerza, oprimirlo y expulsarlo de mi cuerpo aciago. El dolor estaba paseando muy campante por mi sangre: pasos tortuosos que estremecían de temor mi ser. Sus resortes de tinte negros y angustiosos labraban sobre la superficie de mi alma algo así como la NADA con grandes caracteres luminosos para que fuesen imborrables.

Me hastiaba de oler tanto dolor, me hastiaba mirar los ojos de la luna. Su mirada me hundía en el fondo de un océano. El rostro de aquella jugada cruel no era la que me perseguía con tanta insistencia a través del tiempo. Eran dos elementos básicos los que me atormentaban principalmente: la cuestión de haber sido convertida en un signo de interrogación, y el silencio truhan de mi padre y de mi madre. Era desde muy pequeña viuda del vil destino, era un abandono de la vida, era nada de la NADA.

La tristeza me invadía. No sonreía es cierto y mucho menos reía. El mundo rotaba y yo hacía esfuerzos dolorosos por alcanzar su movimiento y estar en tono con él. Desde ahí inició mi lucha. Una lucha incansable por ser más que un signo de interrogación mal timbrado. La sensibilidad era lo que más carcomía mis entrañas, pues la escondía, la contenía y es eso, justo eso, es lo que taladra el alma con los años. Eso, y la falta de un amor profundo que me contuviera. Por lo menos el amor de un ser humano, no.

Encontraba vacíos los rincones de mi pequeño y discreto cuarto. Con mis dedos inquietos y retorcidos intentaba llenar los dichosos rincones desnudos, llenarlos de abrazos calurosos de mis padres y de sus besos mágicos que hilvanaran las llagas en mi corazón.

Con el paso del tiempo empecé a ver la sombra que tapaba el radiante sol de una vida plena. La vida con sus colores variopintos: el color de una conducta agresiva, el pigmento suave de la ignorancia, y el tono monstruoso del egoísmo y la crueldad. Ya observaba el diario acontecer con otros ojos. Sin tanta nobleza y con más pragmatismo que marcó de manera contundente mi desarrollo a un comportamiento recio. Una ternura que poco a poco se escondía y que los tejidos invisibles de mi ser no lograban evitar. Cicatrices que se iban formando a tan temprana edad. Con La suma de aprendizajes y experiencias como la anterior empezaron a templar mi mente y mi corazón. Guardando mi más alta sensibilidad llena de gran capacidad de entrega.

Acepté viajar a este mundo, ahora mismo mi hogar, habiendo con ello asumido todos los riesgos. Los asumí con la fuerza consciente que finalmente se impone. Quiero decir, que cuando pensamos producimos una especie de átomos que crean verdaderamente un decorado de impronta real, y que la naturaleza clara de ese decorado deviene la calidad de una vida. Mejor planteado: como si fueran unos ladrillos con los cuales cada uno edifica el menor detalle de su propio universo.

Así entonces, las marcas e impresiones que hayan surgido del pasado con el tiempo favorablemente se desvanecen y finalmente siempre acojo el recuerdo de mi etapa de niñez, limpia y bella, a pesar de tanta experiencia ya recorrida a esa edad. Creyendo con firmeza que a pesar de la agresión que marcó y untó la senda de mi vida, no ahogó mi aliento. Y hoy simplemente no respiro resentir, por el contrario, traigo mi ayer para tejerlo en mi presente donde inhalo y exhalo la experiencia con la madurez que la vida misma me ha trasmitido a través de sus hermosos colores; unos más suaves y claros y otros espantosamente opacos y nublosos.

He podido ver que cuando me dejo alcanzar profundamente por mi propia vibración construyo decorados angostos e intrincados y que con ellos puedo contemplar cuánto se me ha dado y cuánto se me ha permitido a través de la vida para tocar mi alma desnuda.

Aly

 


1 Juego tradicional colombiano que integra elementos de latas de refrescos y un palo de madera y una pelota. Juego por equipos. Se arman las latas en forma de torre y luego los participantes arrojan la pelota para tumbar las latas para luego el equipo contrario ponchar con la pelota a su contrincante. Mientras el juego se desarrolla el juego, el equipo debe que tumbó las latas debe armar de nuevo la torre. Allí finaliza el juego.