Reflejo de dos Corazones

Destellos de luz del sol que emergen desde el horizonte, dónde los días nacen con brillo y se desatan con él fumarolas de sensaciones llenas de vacío. Ese vacío que acaricia, que envuelve, que cobija, que rocía el amanecer con vigor. El vacío que llena y aplaude la senda. Es aquella alboreada que por momentos me murmura al oído para despertar mis sentidos, y agudizarlos a nuevas cúpulas de colores. El alba en que puedes oler el aroma de un café, el aroma de hierba fina, y percibir la fragancia que despide tu piel.

Es así como la mañana me alcanza, el vapor del sol me abraza y me levanta. Es el instante donde miro sin ver hacia ese horizonte y en que mi corazón nostálgico se sumerge en un agujero sin suelo. Es el momento en que el recuerdo me atrapa:

Sentada en una esfera de brillo blanco con las rodillas bajo el mentón, veo corrientes vitales que impregnan todo lo que tengo alrededor. Mi cuerpo no es cuerpo de carne, es un cuerpo de átomos astrales que sirven como envoltura. La burbuja del alma que contengo tiene otro decorado. Me encuentro en otro plano: sin duda, más espontáneo, más transparente. Aquí me han enseñado muchas cosas desde que llegué; entre ellas, la desnudez absoluta del amor, el cual usan para insinuarme con afecto el tiempo de permanencia aquí. Mi corazón aquí no late, pero sí lo hace en un vientre en la tierra, esto es exterior a mí e independiente de mi voluntad. Tengo la sensación que ese latir es una llave que no debo perder, pero que no percibo claramente su función. Es como un capullo de serenidad que construye mi alma para dar el paso final hacia el regreso a la tierra.

Aquí en este universo he conocido la dicha, aquí he podido encontrar nuevos amigos los cuales me ayudan a encontrarme a mí misma, aquí nada nos impide traspasar fronteras; a no ser que exista la carencia de amor y voluntad para descubrir un aliento vivo. Lo que percibo aquí me agrada, me siento en un lugar con una claridad que se basta a sí misma y no deseo perderlo a mi regreso. Si debo instalarme sin más a una vida en la tierra, quiero hacerlo con suficiente certeza y no con promesas.

Al otro lado de un pequeño túnel inmaculado, allá abajo en la tierra, advierto sutilmente la forma débil de un hombre de rostro demacrado y con rasgos que parecen petrificados por el tiempo. Con una mano parece acariciar con indolencia las aristas de una caja registradora. No se ve vida en ese cuerpo, es como una máscara; apenas una envoltura desconcertante de un ser que ha debido de pasar largar jornadas, tal vez esperando un no sé qué antes de que deje esa tierra. Su huella es como autómata que repite maquinalmente los mismos gestos día a día. A él, lo puedo percibir denso, muy pesado. Es mi padre, temeroso del futuro y quizá mi llegada lo abruma más. No lejos de él, se encuentra una joven que flota en un bello traje de época color rosa, ella está moviendo objetos desordenados en el piso hacía una bolsa de plástico. A ella, la observo construir su lucha, su independencia de mujer. Su rostro lo ilumina la esperanza de mi llegada, de mi compañía; sin embargo, las dudas y la dualidad la aprisionan. Ella piensa en el rechazo firme de mi padre hacía mí, hacia mi posible llegada.

Cuando aquí se me permite vislumbrar a través de marcos acuosos sus vidas, sus temores, sus angustias; siento que mis padres buscan lugares donde los egos se puedan enfrentar y afirmar. Esta atmósfera me asusta, porque esa separación de sus egos arrastra a la luz lagunas de mi alma. Me duele allí donde en otro tiempo fui herida. Así que por instantes necesito releer mis capítulos de mi propio libro de existencia para detallar mi fuerza y mi maestría.

El feto que está en formación en el vientre de mi madre, aún no posee mi energía en su plenitud. Aún no me atrevo a entrar en aquel espacio; no existen los elementos naturales y necesarios que me empujen hacia allí. La realidad es que deseo que escuchen mi alma, que inhalen mi presencia, es más, me gustaría que olfatearan mi sensibilidad, que me pudieran visualizar como una amiga en el camino y que no proyectaran sobre mi cuerpo sus perturbados temores o sus tontas esperanzas. Si ellos no comprenden esto, no podría fácilmente ser yo misma allí en la tierra.

Desde aquí, preciso con más ahínco a mi madre. A ella la puedo reconocer con sus temores y sus dudas. Su corazón se abre con intensidad hacia mi presencia, mi madre añora mi entrada. En el fondo ella sabe que, aunque en su vientre late un corazón, mi alma no se funde con él. Sabe que estoy a la espera de un amor más vivo y menos denso. El rechazo de mi padre hacia mí, la hunde en la oscuridad profunda. No sabe qué hacer. Sus pensamientos están entre la dualidad de conceder el espacio limpio para mi vida y la de ella, o deshacerse del latido del feto con una simple maniobra médica. Petición sugerida por mi padre. Pobre, a mi madre el dolor la cubre. No la culpo, no se conoce lo suficiente como para encontrar una salida pronta.

Quiero ayudarla, quiero aportarle mi vigor, porque ella está cambiando. Se transforma su cuerpo, se transforma su alma como todas y aquellas mujeres que viven lo que ella está viviendo ahora. Ella me otorga un cuerpo, así que yo no debo menos que entregarle mi aliento. Nos lo enseñan aquí: los seres que regresan a un vientre; algunos, no todos, saben llevar en brazos protectores a sus procreadores antes de que ellos lo hagan. Son pura y honesta conciencia desplegada.

Pasan los días con sus noches para consumar así semanas. En una de aquellas noches, la veo dormir junto a mi padre. Aprovecho el momento y poso mis manos de luz sobre su cuerpo sutil para desatar su prana, que ya viene estancado de un tiempo atrás. Poco a poco observo que su energía se va tornando progresivamente tranquila. Me gusta así, la veo tan hermosa… no había sentido esto antes. Aquí en el seno de su gran armonía, decido entrar en su sueño para acceder a su mundo y establecer contacto entre las dos. Le hablo, le digo que es linda su aura, su destello. Que ella ya no es una niña que desea preparar vestidos para una muñeca. Le expreso que he leído su corazón, y que su frecuencia ya está lista para recibir mi compañía. Ella sólo me sonríe: es su gesto para indicarme que es el momento de penetrar a una nueva realidad. Le devuelvo con picardía otra sonrisa, tal vez de una travesura ya lograda.

Sin darme cuenta y en un instante, una luz dorada me aspira hacia el delicado esponjamiento de su vientre, esa luz instala allí mi frecuencia en completa integración con el cuerpo asignado. La disponibilidad sagrada para comunicarnos se inicia y sintiendo que ya somos como almas en completa unión por un corto rato, intuitivamente se configura el intercambio que surge cuando no es uno el que desea, sino que deja a la vida desear.

Mi padre, perdido en las noches del tiempo y ajeno totalmente a mí, da por hecho mi ausencia y mi distancia lejana. Aquello no me fragmenta, todo lo contario, me llena de garra. Ya hago parte de su vida, de sus días; la vida lo ha determinado así.

Desde este sitio – el vientre de mi madre – y en medio de algún silencio que se ha instaurado, puedo escuchar mi voz, puedo ver mi solidez de alma, mi pronta evolución. La cita amorosa de nuestros corazones al fin ha tomado forma y brío. Mi corazón ya es un latir rebosado, ahora, ya a la espera triunfal de mi nacimiento aquí en la tierra.

Escucho a lo lejos una voz llamándome: «¡Gaia ven a desayunar!». El sonido me despierta del trance que me sujetaba; mis recuerdos. Su voz me estremece al pronunciar mi nombre, es amor cercano, el amor del amado que una vez me ha lanzado a los brazos de quien sabe representarlo; mi madre con su sabiduría, conoce que el alma que acogió es memoria viva y la amo infinitamente por ello. Por recibirme con fuerza y valor, por darme el espacio para crecer en esta tierra.

Tocado por sus bellas canas, mi padre ahora es feliz con mi presencia viva. Lo conquisté con mis ojos azules perlados como el mar, mi cabello rubio y mi mirada cálida que se desata con alegría. Ahora él y yo somos cómplices inseparables por el tiempo que nos corresponda compartir la vida.

Aly