El Yoga como servicio enaltecido
En el instante en que tuve acceso al mundo del Yoga, sentí atracción. Hoy puedo comprender el por qué lo sentí así. Simplemente era el recuerdo más latente de un alma construida y muy singular. La novedad de sus formas, sus conceptos bien planteados a través de experiencias milenarias que se relacionaban de cierta manera con mi saber. ¿Cuál saber? El que he adquirido desde el inicio de la existencia misma. El yoga, junto con la filosofía bombean de cierto modo mi corazón. Y como cualquier atracción al principio puede ser casi fatal. Lloraba en las practicas iniciales. Al cuerpo le costaba sintonizar con algún objeto distinto a él mismo; pero por el contrario, el alma sí lo hacía, sintonizaba por alguna razón que en su momento desconocía. Gracias a esa sintonía valoro profundamente la inteligencia de sus letras y enseñanzas antiguas.
Abiertamente, esta introducción sirve de plataforma para iniciar.
Con “Yoga enaltecido” me refiero a ese transcurrir aparatoso que conlleva cultivar altas expectativas como servicio y no como pedagogía – en mi caso, como instructora –. Sí, enseñar es servir; pero hoy en día qué no lo es. Muchos años de enseñanza, de aprendizaje, de estudios, para encontrarme con esta cultura del éxito económico a la que hay que dar resultados con base en el nombre, el prestigio, y la competencia; así como sucede con el tan llamado ahora mismo “negocio” el cual conlleva una alta demanda de actividad mercantilista que debe producir ganancias. Esas ganancias traducidas también como éxito de marca, de imagen y de vigencia. Con todo, ocultando el verdadero rostro de lo que ocurre detrás del manto de la enseñanza del yoga. Hoy es más interesante e importante presumir que se enseña, que trasmitir verdaderamente el valor del saber. Crear la impresión de que por lo menos son triunfadores en la enseñanza, la cual se mide en la línea de alta cantidad de estudiantes y seguidores que llegan al mundo del yoga.
En lo que he llamado como antojo “servicio enaltecido” existe todo un orbe escénico de ”formar” en el cual actúa como protagonista, el Hacer. Ese hacer que se debe poner en escena desesperadamente frente a un tercero para mostrar, y expender bajo lineamientos de bienestar como servicio. Y allí está mi amado Yoga, trasgredido en su núcleo.
Hoy que se mercadea con la familia, con los hijos y con el “ser feliz” por qué no hacerlo con el yoga, si el yoga enaltece, ¿o no? decir que haces yoga enaltece y nutre la imagen, imprime vigencia en una vida moderna en donde promueven hasta el empoderamiento femenino; resulta simpático.
Puedo comprender que para muchos esto se disfruta, respetable desde el punto de vista de frecuencias. Sin embargo, yo no. Y no es moralismo, es el saber profundo de la simpleza de las cosas. De mi parte, he aspirado continuamente a enseñar con esa misma simpleza, sin presunciones de ningún tipo; con la timidez que caracteriza mi ser, y no a mi personalidad. Trasmitir de manera crédula y confiada con la ventana cerrada, eso me aporta tranquilidad. Formar seres desde mi segundo lugar favorito – Yoga Expresión Aérea – y sentir que respiro en privado cada vez que cuento y canto una clase es la exaltación del deber cumplido y la gratitud ensanchada.
Disfruto el contacto con mi gente, eso que no se puede fotografiar y mucho menos publicar. Esas cosas que a muchos no les produce interés porque no es lo habitual encontrar la sensibilidad plasmada en vehemencia, fuerza, firmeza y exigencia. Produzco y creo en la intimidad de ese hogar y eso no entretiene, no le llegan seguidores y quizá no vende lo suficiente. Serán pocos los que compren esa intimidad paranormal, que no es más que uno de los más sobresalientes logros y mejor elaborado en mi vida.
Aly, la profe
Marzo 2020